¿Qué tiene el Camino de Santiago para crear tanta expectación? ¿Por qué cada año que pasa hay más “peregrinos” transitándolo?
Hace quince años, cuando lo hice por primera vez, me crucé con muchas otras personas caminando, lo normal, con algunos tan sólo crucé el típico “buen camino” a modo de saludo y buenas intenciones, con otros, con los que caminé durante un tramo, mantuve conversaciones más o menos largas, más o menos livianas, más o menos profundas, eso sí, en todas ellas, invariablemente surgía la pregunta, ¿es la primera vez? Para algunos sí, otros ya lo habían realizado, dos, tres, cinco o diez veces.
En aquella primera jornada, sin saber lo que me deparaban los 160 kilómetros que tenía por delante, internamente pensaba, una vez hecho, ¿para qué más? Pero, cuando días después llegué a Santiago, ¡objetivo conseguido! sabiendo que ya tocaba regresar a casa, que ya había finalizado la experiencia, la aventura, que había conseguido llegar a la meta, comprendí a los que lo habían hecho una y otra vez, pues yo, solo tenía en mente una cosa, ¡volver a hacerlo!
Entendí lo que es la “morriña”, cuando veía a los peregrinos, mochila a la espalda, acercándose a Santiago de Compostela y yo, montada en el coche, alejándome, con un claro pensamiento ¡Quiero volver!
Quince años después, acabo de realizar mi segundo camino y lo confieso, ¡quiero volver!
¿Por qué? ¿qué se siente al recorrerlo? ¿qué te aporta? Si tuviera que definir qué es el Camino de Santiago, con una sola palabra sería verdaderamente muy complicado, por no decir imposible, pues hay un cúmulo de términos que se agolpan en mi mente y creo que no puedo descartar ninguno para definir lo que se vive.

Los que lo han vivido, seguro que coinciden conmigo, los que todavía no lo han realizado, no sé si podrán hacerse una idea, en cualquier caso, cada persona es un mundo y tiene su particular motivación, lo vive de forma diferente, incluso si repites, la motivación puede ser la misma, o no, pero lo cierto es que lo vives diferente, pues ya no eres la misma persona que lo hizo tiempo atrás.
El primero que hice, fue el francés, íbamos seis personas, en dos coches, cada día empezábamos a andar poco después del amanecer, con frío, con niebla a veces con llovizna, conforme iban pasando las horas, nos íbamos quitando ropa, estilo capas de cebolla, salía el sol tímidamente, sin querer deslumbrarnos y solo a ratos, apartaba a las nubes para hacernos pasar calor, transitábamos por la Galicia profunda, frondosa, con paisajes bucólicos, esa que es imposible ver si no vas haciendo el camino, aldeas diminutas, a veces, de una sola calle, con su iglesia y el cementerio pegado, su hórreo y su cruceiro, con su particular leyenda, algún bar y vecinos entrados en años, la mayoría, con su afectuosa mirada y sincera sonrisa, que amablemente te saludaban y te ofrecían agua o alguna fruta, los perros acostados al borde del camino, descansando, miraban con curiosidad a los caminantes, sin ladrar, todo lo más, se levantaban y movían la cola, a modo de saludo también.
Era un viaje semi organizado, con coche escoba, uno de los que íbamos no podía caminar e iba adelantándose al lugar de destino de cada etapa, solo teníamos que portar una pequeña mochila con agua, algo para comer y la documentación reglamentaria, otros peregrinos cargaban grandes mochilas, llevaban todo encima, en aquel entonces ya nos considerábamos “sibaritas” por no tener que cargar con tanto peso. Cuando llegábamos al final de cada etapa, buscábamos sitio donde poner la tienda de campaña, si no era posible hacerlo, entonces un albergue o una casa rural, era toda una aventura empezar el día sin saber dónde ibas a dormir esa noche.
Llegar al Monte do Gozo fue una gran emoción y alegría difícil de describir, después de largas y cansadas jornadas de peregrinaje, por fin podías visualizar el final del camino viendo las torres de la Catedral de Santiago, sabiendo que tan sólo una hora después entraríamos en la Plaza del Obradoiro, fin del camino, cartilla del peregrino llena de sellos y la “Compostela” ganada, con tu nombre. ¡Qué gran satisfacción!
El segundo camino ha sido el Portugués, para esta vez, nada de tienda de campaña o albergue, quería hotel, qué vamos a hacer, me he vuelto más sibarita, también son quince años más, por lo que la comodidad ya es un plus imprescindible, por eso mismo, la opción escogida ahora, ha sido un viaje organizado y por cierto, muy bien organizado. Íbamos en autobús una treintena de personas, mas el guía y el conductor, hemos estado alojados en dos hoteles.
El autobús nos dejaba en el inicio de cada etapa y nos recogía al finalizarla, empezábamos a caminar en torno a las ocho y media de la mañana, previa foto de familia y ya cada uno a su ritmo iba completando cada una de las etapas, todas exigentes, por los kilómetros a recorrer y alguna muy dura, con cuestas interminables, días de mucho asfalto, por supuesto que también, días más livianos con bonitos senderos, preciosos y verdes paisajes, construcciones tradicionales de piedra, poblaciones con sus cascos antiguos, iglesias, hórreos, cruceiros.
En este viaje, también hemos ido con pequeñas mochilas para portar lo imprescindible, solo teníamos que preocuparnos de llevar un calzado adecuado y buenos calcetines, importantísimo. Las chaquetas, han servido poco más que de adorno, pues realmente no han sido necesarias, el astro sol nos acompañó más tiempo del que sería deseable, por eso, cuando a ratos aparecían algunas nubes, ¡cuanto las agradecíamos! y ya, para terminar, caminar bajo la lluvia del último día, fue un auténtico regalo, se ve que la madre naturaleza sabía de nuestro cansancio y nos echó un cable, regalándonos ese fresco y agua bendita que agradecimos muy mucho.
Entramos deseosos y en grupo en la Plaza del Obradoiro, hubo felicitaciones, besos, abrazos ¡objetivo conseguido! Todos contentos, cansados, con las piernas doloridas, pero satisfechos. Esa noche cenamos todos juntos, el guía se encargó de preparar todo el papeleo y después de la cena, llegó la hora de hacernos la entrega de la “Compostela”, fue un acto muy bonito que a todos nos gustó, pues cada uno lo recibió entre aplausos y vítores del resto de compañeros. ¡Qué emoción!
La camaradería y buena sintonía del grupo ha sido genial, hemos caminado a veces en compañía y a veces solo, sin saber cómo, de repente, no veías a nadie, ni delante, ni detrás, el camino es así, te ofrece la conexión o desconexión que necesitas en cada momento.
¡Qué caminos tan diferentes! En cuanto a organización, tiempo, hospedaje, paisaje, luz, temperatura, compañía, y, sin embargo, también puedo decir ¡qué caminos tan iguales!
En el Camino de Santiago, sea el que sea el que hagas y cómo lo hagas, vives una gran experiencia y puedes sentir una increíble variedad de sensaciones, como, solidaridad, empatía, compañía, soledad, comprensión, competencia, comunicación, conexión, bromas, risas, por supuesto que vas a sentir cansancio y también, cambio, búsqueda, reflexión, frustración y a la vez, aunque parezca contradictorio, satisfacción.
Camino francés, camino portugués, quince años entre ambos, tan diferentes, tan iguales, un amplio abanico de sensaciones experimentadas y un mismo deseo ¡Quiero volver!
PD; Volveré antes de que pasen otros quince años.

