Misterios Desvelados: La Reencarnación XIX

23/06/2015

El ser humano, aunque hubiera perdido la fe en la religión que profesaba, se reafirmara solamente en la existencia física y en que todo termina tras la muerte, insisto, le sería muy útil pensar  en algo tan racional como lo que veremos a continuación.

A poco que nos fijemos nos daremos cuenta de que el cuerpo de una persona muerta es el mismo que cuando estaba viva a  diferencia de que no tiene movimiento, le falta la vida. Sin embargo, ese cuerpo tiene todos sus órganos correspondientes (cerebro, corazón, etc.), por lo que podríamos preguntar ¿qué es la vida?, ¿qué es lo que ha tenido a ese cuerpo en movimiento? Y probablemente se contesten que es una fuerza biológica natural y que de repente ha cesado, cuando tiene en sí todas las partes que conforman sus miembros, así como las sustancias orgánicas como la sangre. Ahí está la incógnita de la cuestión que tratamos.

Si consideramos la fuerza producida por el funcionamiento de nuestra máquina biológica como la auténtica animadora del cuerpo físico y la llamamos espíritu, considerando que la muerte se produce con el abandono de esa fuerza del cuerpo, nos resultará bastante más fácil comprender todo esto.

El cuerpo físico se va descomponiendo, empieza a desintegrarse y todas las moléculas de las que está formado pasan a ser parte deantonio164 otros cuerpos, de otros organismos; cumpliendo el principio de que todo se transforma y nada se destruye.

Creer en que nuestra identidad sigue existiendo tras la muerte no es solo una necesidad fisiológica, sino que es un principio filosófico que nace del razonamiento fundado cuando se analizan muchos sucesos y experiencias al borde de la muerte, o testimonios de quienes recuerdan su vida anterior.

La ciencia se va aproximando lenta pero segura, a confirmar ese principio que se encuentra más allá de lo material. La neurología, la psicología y la psiquiatría, están considerando seriamente la hipótesis de que nuestra dimensión psíquica no es sólo el resultado de reacciones bioquímicas de nuestro cuerpo, sino que es una identidad independiente en íntima relación con él.

Probablemente algunos, sobre todo los que aún no tienen afianzada la creencia en la reencarnación, se pregunten en alguna ocasión si el espíritu que anima y da vida al cuerpo físico muere y se desintegra también tras la muerte, a lo que firmemente respondo que no; ya que lo que no ha nacido con vida material y orgánica no puede morir con ella, porque es inmaterial, y por lo tanto inmortal, pasando a vivir tras abandonar el cuerpo físico a otra dimensión, a otro plano, con un cuerpo fluídico y etéreo, más o menos sutil, más o menos denso, ya que eso va en consonancia con su progreso espiritual. El espíritu permanece en el espacio por un periodo de tiempo determinado, que varía en cada ser según el caso, hasta que de nuevo vuelve a encarnar en otro cuerpo para seguir la tarea de su ascensión evolutiva.

Otros hay que, aunque su creencia en la reencarnación es firme, sostienen que el espíritu, al gozar de libre albedrío, puede en cada vida volver a encarnar y ser un auténtico rebelde e ir constantemente en contra de Dios, por lo que la única forma de poner freno sería la destrucción de dicho espíritu, no como sustancia, sino como individualización particular.

Dios, como Padre generoso y magnánimo, jamás quiere la muerte del impío sino que éste se salve. Por eso decía Jesús que había que condenar el crimen pero no al criminal, porque el propio destino doloroso que le aguarda, por muchas que sean las vidas de angustia y de dolor que le correspondan como pago a sus delitos, le harán madurar y reajustar su espíritu, descubriendo en algún momento de su eterna vida su trayectoria equivocada y, a partir de ese instante, empezar la lucha por hacer crecer y evolucionar al hombre nuevo, al hombre espiritual que cada ser lleva dentro.

Cuando Jesús dijo: “No vine a traer la paz sino la espada”, sin duda, se estaba refiriendo a esto, la propia guerra del ser humano por conquistar a través de la evolución, su sitio en los reinos del amor.

                                               Antonio Hernández Lozano