16/02/2015
A través de nuestra propia historia, podemos descubrir que la idea de la Reencarnación ha estado plenamente instalada como algo natural en las creencias ancestrales de Grecia, Asia, Caldea, Egipto, en los pueblos celtas de Europa y prácticamente en el fundamento esencial de todas las grandes religiones.
Fue sostenida por filósofos como Sócrates, Pitágoras, Platón, Apolonio de Tiana, etc. Incluso por el mismo Jesús de Nazaret, sus apóstoles y discípulos que, no sólo la conocían, sino que creían firmemente en dicha ley. Esta creencia predominó durante los primeros siglos del cristianismo por toda Europa, luego vino aquella época de oscurantismo “La Edad Media”, donde todo cuanto tenía que ver con asuntos científicos y religiosos se consideraba brujería y se castigaba como herejes a quienes la practicaban, siendo perseguidos por los convencionalismos religiosos del clero católico, ya que disfrutaba de un gran poder político y social. Lo mismo ocurrió con la Reencarnación, pues en el año 543, en el Sínodo de Constantinopla, promovido por el emperador Justiniano I y refrendado por el Papa Vigilio, se promulgó una ley que decía: “Todo aquel que sostenga la mítica idea de la preexistencia del alma y la maravillosa opinión de su regreso será anatemizado. Si alguien dice, o piensa, que las almas de los hombres preexisten y que han sido anteriormente espíritus y virtudes (potencias) santas, y que han obtenido hartura de la contemplación divina; que se han pervertido y que en consecuencia el amor de Dios se ha enfriado en ellos, a causa de lo que se les ha llamado almas (soplos), y que han sido enviadas en cuerpos como castigo: que sea declarado anatema”.
Hemos comprobado con bastante frecuencia que, tanto las nuevas ideas, como muchos descubrimientos, fueron, son y serán rechazados por los retrógrados detractores que ha habido en todos los tiempos, en todas las ramas del saber y del conocimiento humano. Así, podíamos revisar la historia del italiano Giordano Bruno (1548-1600), convertido en mártir de la ciencia por la defensa de las ideas heliocentristas, aunque la causa principal de su juicio fue la teología neognóstica, que negaba el pecado original y la divinidad de Cristo, poniendo en duda su presencia en la eucaristía. El 20 de Enero de 1600 el Papa Clemente VIII ordenó que fuera llevado ante las autoridades seculares, leyendo la sentencia que le declaraba herético, siendo expulsado del seno de la iglesia, que mandó quemar todos sus trabajos.
El filósofo, teólogo y notable médico español, Miguel Servet, (Miguel de Villanueva) (1511-1553) ha pasado a la historia como el descubridor de la circulación pulmonar. Explicando con precisión la conversión de sangre venenosa en arterial, y los movimientos de sístole y diástole de las válvulas del corazón, quizá su equivocación fue no exponer su teoría en un libro de medicina sino en su “Christianismi Restitutio” –“Restitución del Cristianismo”-(1546) con lo que consiguió un duro enfrentamiento con Calvino, iniciando en su contra una serie de pesquisas y denuncias, que acabaron en 1953 con la muerte de Miguel en la hoguera.
Incluso Teresa de Jesús (1515-1582) rompía en su época los cánones establecidos por una iglesia “singular” que la tenía por visionaria, siendo denunciada y procesada por el tribunal de la Inquisición de Córdoba, Valladolid y Sevilla, de los que escapó gracias a la amistad que unía a su familia con el rey de España Felipe II. Aunque después, fuera la misma Iglesia quien la subiría a los altares, nombrándola “Doctora y Abogada” de la misma.
Claros ejemplos, entre los muchos que se podrían citar, que afirman la veracidad y fuerza, de aquellas nuevas y revolucionarias teorías que, al paso del tiempo, han prevalecido sobre las viejas y caducas estructuras del pensamiento de cada época y, si en aquel oscuro pasado, la mayoría de sus autores fueron condenados a muerte como herejes por la Iglesia y su tribunal del Santo Oficio, hoy hubieran recibido un prestigioso premio a manos de los altos cargos de nuestra sociedad.
Como veis el tema es sumamente interesante y os prometo tratarlo con máximo rigor, pues persona soy que no le gustan las verdades a medias, ni hago lo blanco negro, por complacer a ciertas élites que, por quedar bien o aparentar, ofrecen cal y arena, para llevarse a bien con aquellos que dicen seguirles.
Os mando un fuerte abrazo desde el corazón.
Antonio Hernández