El brazo de Joaquín Sánchez

01/01/2015

Una imagen puede valer más que mil palabras y existen instantáneas que hablan por sí solas. Momentos de la vida, representaciones visuales de acontecimientos que nuestra retina percibe de una manera especial y que quedan grabadas en nuestra memoria como un archivo indestructible que no podemos borrar por mucho tiempo que pase. Escenas que rebosan información, que necesitamos observarlas detenidamente para poder descifrar parte de su inmenso contenido significativo. Imágenes que, además, van cargadas de emociones, de sentimientos, que pueden llegar a encoger nuestro corazón y a hacernos reflexionar sobre aspectos fundamentales de la existencia humana.

En mi caso y me atrevería a asegurar que en el de muchas personas, esa escena imborrable, cargada de sentimientos y emociones fue recogida por los reporteros gráficos en la mañana del pasado 12 de diciembre. La historia, lamentablemente, volvía a repetirse por enésima vez. El argumento era el mismo pero sus protagonistas volvían a cambiar. En este caso, la triste protagonista era Isabel, una mujer con discapacidad visual de unos sesenta años que se vio en la necesidad de recurrir a un prestamista (acusado de presuntas estafas) para conseguir una hipoteca cambiaria con intereses de demora abusivos. Cuando la mujer no pudo hacer frente a los pagos, aceptó realizar una dación en pago y quedarse en alquiler en su propia casa. Finalmente, tampoco pudo atender el pago del alquiler y el prestamista se adjudicó su vivienda por una deuda de unos 22.000 euros. Mientras, Isabel era desahuciada de su vivienda.

El cura Joaquín Sánchez y otros tres activistas que se encontraban en el interior de la vivienda acompañando a Isabel, no pudieron hacer nada por parar el desahucio. Sobre las 6.30 horas llegaron al domicilio cinco furgones de la Policía Nacional e Isabel se marchaba del domicilio con lágrimas en los ojos mientras lamentaba: «esa casa es mi vida, es la casa de mis padres».

A Isabel no le ha dado tiempo a sacar ni los muebles. Solo se ha llevado su medicación y la cartilla del seguro. Lamentablemente, Isabel se ha ido de su casa, con una mano delante y otra detrás. Pero ahí tenía el brazo incansable de Joaquín Sánchez para agarrarse con una de sus manos. Ese brazo que entiende de dolor, de sufrimiento, de miserias y de injusticias. Un brazo al servicio de los más humildes, aquellos que en estos momentos difíciles, no han tenido un teléfono que marcar, una puerta a la que llamar, pero sí un brazo al que sujetarse, en el que encontrar alivio, consuelo, tranquilidad. Un brazo que no descansa y está siempre preparado para ayudar a aquellos que realmente lo necesitan.

¿Por qué todos los brazos no son como éste? ¿De qué fibra está hecho? Quizá de la misma fibra que mueve su gran corazón. Parafraseando al ilustre poeta torreño Salvador Sandoval, clamaría «piedad para este brazo».

¿No habrá piedad, Señor, para estas manos

propicias al amor y a la ternura?

¡No habrá piedad! (Las larvas del olvido

están mudas y ciegas y no escuchan).

Salvador Sandoval